A la edad de 6 años me daba pánico absoluto ir a comprar el pan y tener que pedir un ‘pan de cuarto’, pagar, dar las gracias e irme. Fui una niña tímida de puertas para afuera y una charlatana absoluta dentro de mi casa. El mundo exterior y las interacciones con desconocidos no sólo carecían de interés para mí sino que me provocaban sudores fríos mientras yo me dedicaba a escribir en mis cuadernitos minúsculos que ‘el universo era gigante y que yo quería mucho a mis amigos y a algún novio’. Voy a aplicar la censura en respeto a la pequeña Carla.
Me sigue resultando extraño cómo mi viaje vital acabó llevándome a querer ser periodista, en concreto corresponsal, algo que después mutó a deseos de ser periodista de moda y trabajar en la revista Vogue y que terminó, de momento, como ves hoy. Lo mejor para los sueños es que sean moldeables, está bien tenerlos pero también transformarlos, sino se convierten en un engorro para la alegría: suele haber altas probabilidades de que no se cumplan tal cual los imaginaste.
Y es que está bien no saber todo lo que va ocurrir con exactitud.
Está bien tener un reloj, no hace falta que sea suizo. La brújula sirve, pero las sorpresas del camino, por favor, que sigan siendo sorpresas.
Mi primer día de universidad, en 2012, la profesora nos hizo subir uno a uno a la palestra y presentarnos mientras contábamos por qué Periodismo o respondíamos a la pregunta ‘por qué el periodismo era el mejor oficio del mundo’. No recuerdo bien cómo era la premisa pero yo, que me había apuntado a la carrera porque me seguían gustando mis cuadernitos y mi escritura silenciosa, casi entro en colapso porque tenía que presentarme ante 80 desconocidos en voz alta. Y, voilà, no sé cómo pero lo hice.
Así pasaron los años, la vida, y empecé a practicar hablar mucho con desconocidos y a creer, sobre todo, que mi voz podía a llegar a tener un valor no sólo narrando un hecho, sino en una conversación, algo que durante muchos años no consideré y, en consecuencia, escondí.
El carácter no se conforma de un momento para el otro, no hay un botón y uno se vuelve más seguro, más calmado o habla mejor frente a personas desconocidas. Es más bien un goteo lento pero constante compuesto por todo lo que uno va atravesando: aquella vez que tuve vergüenza y me salió bien o la otra en la que no fui escuchado, en la que nadie me prestó atención. Es como si todas esas vivencias se transformaran en afluentes de un gran río.
A la pequeñísima y tímida Carla que no sabía pedir una barra de pan en la panadería de al lado de casa le habría sido difícil de creer que una Carla como esta hoy existiría. Le hubiese dado miedo.
Sin embargo, todos esos riachuelos confluyeron hacia uno mucho mayor:
un carácter obstinado que se empeña en preguntar mucho, en llamar más, en contar y en probar abrazada al error. Y alguna vez suena la flauta. Y se expande la melodía. Y hasta salen hasta canciones y, entonces, lo que parecía imposible se vuelve casi tan sencillo como ir a buscar el pan.
Sólo era cuestión de seguir peleando. Seguir.
Porque más veces de las que acostumbramos a creer las cosas acaban saliendo porque se sigue peleando todavía un poquito más.
Sólo un poquito más.
Cosas bonitas de esta semana:
Escribir en mi escritorio.
Iba a poner ‘ir a un concierto con Tomás’ pero es más bien ‘pasar tiempo con Tomás’.
El fin de semana despertándome con la luz del sol que se cuela por la ventana.
Manu y yo tomando cerveza en una esquina muertos de calor y andar por la calle sintiendo mucho el verano en la ciudad.
El vermú con Emilio comiendo patatas Bonilla.
Sofi y yo en Asian Army comiendo nuestro plato favorito vietnamita.
Comer al sol con Mar y Sofi el domingo.
Que Manu me preparase un aperitivo y conocer su casita nueva.
Terminar el libro ‘Monterosso mon amour’, me encantó.
Ir a la Feria del Libro, elegir los libros del verano, comentarlos, tomar cerveza, hablar mil horas.
Lanzar mi primer ‘encuentro ridículamente normal’!!!!!!!!! (estoy nerviosísima)
Que Benja haya llegado a Madrid y estar con Tomás y después de la primera copa de vino decidir un viaje. Poder mostrarles mis bares.
Salir a grabar con Flor y morirnos de la risa.
Cenar con Wagner y contagiarnos energía bonita.
Estar con Ixo hablando en mi balcón.
Desayunar con Claudia por fin.
Simplemente caminar por la ciudad con el viento medio caliente, con la música que me gusta en los auriculares y sentir que sí, que es por aquí.